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Heimat, palabra alemana que no es ni tu tierra, ni tu país, ni tu patria, ni tu pueblo, cuya traducción no se puede cerrar y que probablemente por eso quizá para muchos no sea un lugar sino un momento. Como el lugar, este momento tiene muchos matices. Heimweh, la nostalgia, es por eso también un momento.

Heimat es un estado de las cosas:
un momento
una luz
un ritmo
una temperatura, una humedad,
un sabor
un olor,
todo mezclado en el tiempo como notas en la música. El Heimweh toma su forma también en un tiempo concreto: cuando esa música cesa.

Heimat son determinadas personas, con las que vivir en armonía, a través del amor y el habitar juntos la tierra, del hacer más rica la vida.

Todos me preguntan por el sol. No necesito traer el sol aquí: vosotros sois mi sol. Sin vosotros estaría oscuro, haría frio y los colores serían más difíciles de ver.

Heimat es desayunar en la luz del sol, temprano, con la naturaleza que también despierta, ese desperezarse universal de las cosas, desde el canto de los pájaros hasta los músculos de mi hija, que se estira también, soriente y satisfecha.

Es muy difícil decir qué es Heimat, pero a veces lo descubres dicho: Heimat en palabras.

El suave ritmo de las olas y la luz cegadora del sol de Albert Camus, esa atmósfera en la que una ciudad junto al mar y la eternidad comienzan el trabajo cotidiano.

Heimat está en el sur de una América que no conozco en realidad, si pero también en el calor polvoriento, la lentitud, el luminoso aburrimiento del verano, el olor a motores y sudor, a promesas y árboles, a una mañana con Scott Fitzgerald.

Con Kenzaburō Ōe fue mi Heimat una vez una isla japonesa: un escarabajo que se hunde en el barro y un niño que lo coge. Los dedos llenos de tierra negra y raíces húmedas, y el insecto ahí, con las patitas liberadas y confusas.

Una tarde cocinó una amiga siria para nosotros. Cuando me metí la cuchara en la boca tuve que contener las lágrimas. Heimat estaba allí: pimentón ahumado con ajo, aceite y una dosis concreta de paciencia.
Cuando al día siguiente me comí los restos en el trabajo tuve que contener las lágrimas otra vez: Mi madre, su llamarme a comer, mi niñez, todo estaba allí.

Una anécdota: cuando llegué a Alemania intente no vivir en español, no comer ni hablar en español… hoy hago todas las semanas gazpacho y disfruto del español más que nunca. Cuando hablo, dejo que me llene la boca como agua fresca después de una tarde entera jugando.

Sin embargo, cuando viajo a España, con mi nostalgia, allí intento comprar pan negro con pipas de girasol. Lo busco por todas partes. Y tengo que disimilar las palabras alemanas en mi boca, como escondía los labios morados después de pasar una tarde entera besándome con una chica.

“Hablas Alemán, ¡y qué!”
“Estas enamorado. Eso nos pasa a todos.”

Si, mamá, a todos.

Eso es Heimat: una felicidad que te identifica en toda esta confusión del mundo; un secreto descubierto por ti mismo.

Yo he descubierto la luz del sol en la mañana. Vino hasta mí a través de las montañas, sobre la superficie del mar, y aterrizó en mi escritorio, en mi piel y mis ideas. He descubierto las olas del mar rompiendo contra mi cuerpo, la siesta con una amiga, las largas tardes de café y gruesos libros.

Como el amor, Heimat es un don, un poder de ser en el mundo.

Heimat es
bailar
descalzo.

Escrito en Alemán y traducido para poder compartirlo contigo que lees en castellano. Continuación del post anterior. Puedes leer la versión original en alemán en la sección alemana de Oficina de Latentes, es decir, Das Lantenamt.
Imagen: variación de la portada para «Vuelo Nocturno» de Saint-Exupéry que hice en 2005 (cosas que a uno se le ocurren).

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