Mi escritura, mi arquitectura, mi arte jamás se han visto beneficiadas por la competitividad. Competir me hace mirar a los demás en lugar de concentrarme plenamente en lo que hago. Al competir escribo peor, hago peores edificios y, si no me veo lastrado por la impresión de que mi arte es mediocre, acariciar la posibilidad de que los demás sean peores que yo me hace sentir siempre un poco mezquino. Me pasa desde pequeño.
Solo escribo, diseño y libero mi creatividad cuando estoy libre de obstáculos como la competitividad. Solo entonces me pongo a trabajar en libertad y plenitud sin pensar mas qué en lo que hago, sin intentar disfrutar de nada más que de estar haciéndolo y sin perder un miserable segundo en preguntarme si alguien lo haría mejor que yo.
Entonces lo hago mejor que nadie.
Porque Nadie es mi verdadero competidor.
Y crear no es sino rebelarme contra esa nada.
Es de esa rebelión de la que más aprendo.
Así mismo, solo libero mi capacidad ver, leer, escuchar cuando estoy libre del lastre de la competitividad. Solo entonces me pongo a contemplar el trabajo ajeno en libertad y plenitud, sin pensar más que en lo que hacen, sin intentar disfrutar de nada más allá que de la felicidad de que lo estén haciendo, sin perder un segundo en preguntarme si yo lo haría mejor.
Entonces lo hacemos mejor que nadie.
Porque Nadie es nuestro verdadero competidor.
Y crear es rebelarnos contra esa nada.
Es en esa rebelión en la que conseguimos enseñarnos algo,
algo que nos transciende a nosotros mismos y nuestra vanidad.
¿Y competir?…
Competir es una mierda.
Eso es lo que es.