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Acabo de colgar el teléfono después de media hora charlando con mi amigo Ibrahim. Me ha puesto al día de cómo les va. Sus exámenes de idiomas, sus perspectivas de trabajo, cada vez más cercanas. Sus dificultades para encontrar alojamiento. Ibrahim es padre de una familia de cinco miembros: su mujer Layla, de 46 años y tres niños de 2, 5 y 13 años. Él tiene 54. Con ellos cruzó hace casi dos años el mar una barca de mierda a 5.000 euros el pasaje, 25.000 euros en total. Ahí es nada. Atrás dejaban más familia, amigos y la casa que llevaban años construyendo, un chalet estupendo, que apenas estrenado fué hecho añicos por las bombas. Hicieron fotos. La ruina de su casa, con ese colorido de las cosas por estrenar

Ibrahim me ha hablado toda la conversación en Alemán, no perfecto, pero mucho mejor que el Alemán que yo hablaba cuando llevaba el tiempo que él lleva en Alemania. «Eres un fiera», le digo en Alemán y sigo hablando, sin recurrir una sola vez al Inglés. Él lo entiende todo y me contesta con relativa fluidez. Estoy admirado. Lo que no le digo es que además estoy emocionado. He visto luchar mucho a esta familia. Ibrahim y yo nos deseamos una feliz navidad y prometemos celebrar pronto otro años de éxitos y brindar con un buen vino que les traeré de España.

Mientras hablaba con Ibrahim un camión se ha lanzado contra un mercado de navidad en Berlín matando a 9 personas e hiriendo a medio centenar. Voy a los periódicos. No hay mucha información. Todo me da un poco de vértigo. Habíamos estado en ese mercado hace sólo 48 horas. De pronto, la locura asesina de la que huían Ibrahim, Layla y sus niños parece haberse materializado en nuestro mundo, en Berlín.

Detrás de toda la tristeza, de toda la rabia, de todo esto que sentimos, viene además una cadena de preocupaciones por el país que nos acoje, a mí como emigrante europeo, joven pringado por la crisis económica española, a Ibrahim y a los suyos como refugiados de una guerra espantosa.

En Alemania hay una xenofobia que renace y crece, crece de un modo en que parece que nunca hubiese habido un nazismo, o peor como si hubiese nostalgia de él –ese orgullo tan físico y social, tan de club deportivo del que hablaba Sebastian Haffner en sus memorias. No son mayoría, pero hacen mucho ruido y meten miedo a los demás. Un miedo que lentamente se hace institución. Por un lado, con los PEGIDA: patriotas europeos contra la islamización del «Abendland», una forma muy cursi de decir “occidente” que recuerda mucho a la ñoñería los viejos fascismos. Por el otro, el AfD, Alternative für Deutschland, un partido político nuevo, populista, cuyo discurso evidentemente xenófobo se basa, como el de PEGIDA, en el miedo y en el victimismo preventivo. No sé si habrá más. Estos son los más grandes y los que tienen más éxito, un éxito que desconcierta en un país que lleva décadas intentando superar la vergüenza de haber asesinado a 6.000.000 de personas, después de culpabilizarlas masivamente de las desgracias de la nación.

Lo curioso es que donde menos inmigrantes hay es precisamente en las ciudades en las que PEGIDA y AfD tienen más éxito.

Pues si, aparte del miedo a la violencia, al terrorismo y a la guerra –que sólo me habían tocado más que por Ibrahim y por mi trabajo en la dirección de obra de un alojamiento para refugiados, una onda expansiva de la guerra que llega en forma de paz y esperanza– tengo otros temores, pero este no son temores puntuales,… sino cotidianos, temores que corren hoy como una bruma siniestra por la realidad política Alemana.

Estoy acojonado, estoy jodídamente preocupado de que después de este atentado los monstruos del AfD ganen más simpatías. Estoy preocupado de que los impresentables de PEGIDA saquen sus manifestaciones a la calle llenas también de guiños al nazismo… guiños reales, prácticos, no de un puto skinhead con crisis de adolescencia o de un aficionado a colecciones del 3er Reich. Porque no, porque lo que pasa en Europa, en Occidente, no es una broma. Lo que pasa en Francia no es una broma, lo que pasa en Polonia y Hungría, donde hoy la ultraderecha gobierna, no es una broma. Marie Le Pen no es una Broma. Donald Trump no es una broma, aunque a menudo lo parezca.

Estoy preocupado de que la tomen con gente como Ibrahim, con Layla y con sus niños, con el un montón de gente para cuya acojida trabajamos muchísimo. Estoy preocupado de que echen por tierra sus esfuerzos para hacerse una vida en Alemania (esfuerzos que conozco muy bien porque en parte yo mismo he tenido que hacerlos) y encontrar una opción de vida a la barbarie que se ha meterializado hoy en Berlín.

Estoy jodídamente preocupado de que una panda de histéricos prenda fuego otra vez a algún alojamiento para refugiados. Estoy preocupado que nos toque a nosotros, de que se me metan en la obra, me rompan los cristales y que quemen el edificio entero…

A un nivel más racional, estoy preocupado de que la presión social haga que el estado, las instituciones, las ONGs y las empresas dejen de invertir en la enorme operación de acogida de refugiados que lleva en marcha desde hace un años y que se preveía que durara al menos 5 años más, hasta donde yo sabía.

Ya ha habido frenazos: con el corte de las rutas de los balcanes en otros países, el flujo bajó de intensidad y muchos centros se quedaron vacíos y tuvieron que cerrar a principios de año, reduciendo el hermoso cauce de medios desplegados a un triste chorrito de humanidad. Ahora me preocupa que el miedo que hizo a otros países cortar el paso tome cuerpo aquí –los infinitos cuerpos del miedo– y suspendan los programas dejandonos la obra sin terminar, todo por miedo a la reacción de los que tienen miedo a los demás. Todo por miedo entre nosotros mismos.

Pero no. Te quiero, Berlín. Ahora sólo me queda atravesar este dolor por la barbarie que ha llegado también hasta nuestras aceras, ser fuerte y partir la lanza por el país que habito y que me acoje desde hace años y esperar que reaccione con la madurez con la que lo estaba haciendo hasta ahora; confiar en que el miedo, venga de donde venga, no haga perder la perspectiva, que no renunciemos a la razón, a la libertad y a la solidaridad con el mundo por lo que acaba de pasar.

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One thought on “El miedo en Alemania. Reacciones ante un atentado en Berlín.

  1. Comparto desde España todos los temores que expresa este español de bien, que nos cuenta desde Alemania la impotencia, ante este desatino y esta barbarie, que destroza vidas y proyectos y que sirve de altavoz para que personas, no menos indeseables, y en todos los idiomas, alienten el miedo y el odio contra esa franca de población sumida en la mayor de las desesperaciones, la obligada y a la vez frustrada busqueda de un lugar donde vivir sin miedo con sus familias. Se tiene que oir fuerte este sentir, para apagar las voces de la sinrazón y el fanatismo.

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