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Mientras el mundo se preparaba para ver a un puñado de tíos jugando a la pelota por un sueldo estratosférico y un despliegue de dinero sin igual en todo el planeta, nosotros fuimos a ver la liga de fútbol robot. En la RoboCup, por delirante que parezca, son robots los que juegan al fútbol, compiten por trabajar en equipo y hasta representan pequeñas escenas de teatro, dirigidos por niños que previamente los han construido y programado.

La liga robot es mucho más que una competición de máquinas que juegan por sí mismas y sin que nadie las controle: es sobre todo una competición de ingenieros, bastante jóvenes por cierto, venidos de un motón de países diferentes para enfrentarse juntos al viejo sueño humano de la creación de inteligencia.

Liga humanoide tamaño pequeño: categoría representada principalmente por los Nao, robots de investigación, tan entrañables como patosos. Su estilo de juego se caracteriza por la paciente búsqueda del balón, de los compañeros, de la portería. Dotados de una singular capacidad de caerse con cualquier movimiento pero también con la férrea voluntad de levantarse del suelo sin ayuda. Unas condiciones que lejos de aburrir, hacen que cada gol quede envuelto en una épica singular y cada jugada sea una lección de verdadera filosofía. Video cortesía del Magazin Online Work in Process, que estaba allí y pudo entrevistar a uno de ellos

La liga de robots explora además la posibilidad de que estas inteligencias colaboren en equipo para percibir y entender el significado del mundo, algo para lo que las máquinas con inteligencia artificial son seres muy primitivos. Este año, por ejemplo, se ha jugado por primera vez la liga con una pelota blanca, como las líneas del suelo, como los postes de la portería. Es una decisión valiente. No, no es que los robots no vean bien. De hecho pueden ver mucho mejor que nosotros, 5000 aumentos, 600lux, qué se yo… su problema es que no saben dar significado a lo que ven: una maraña de lineas y colores que para nosotros está siempre llena de significados intelectuales, culturales y afectivos. Un robot puede ver una mesa, pero no sabe, en cuanto la ve, que una mesa es una mesa y que otra mesa también lo es, que definitiva aunque haya millones de mesas diferentes en el mundo, en realidad todas son el mismo objeto: un objeto plano por arriba, rígido, capaz de resistir un peso determinado… identidad, geometría y semántica. Preguntándome cómo ven los robots he conseguido entender más que nunca aquel extraño aforismo de Gertrude Stein: Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa… ¿cuánto le cuesta a un robot entender que una mesa es una mesa es una mesa es una mesa…? Quizá hoy día si. Sin embargo, cuando eso ocurra un cambio de perspectiva o una sombra inseperada pueden obligarle con toda facilidad a replantearse el todo el problema. Ahí es nada: entender la maraña de lineas y colores que al final es la realidad. ¿Se imaginan jugar al fútbol en estas condiciones?

Visto desde esta perspectiva no es tontería que el reto se articule en el juego. Pues ¿Qué es jugar sino plantear problemas para gozar resolviéndolos? Si, en contra de lo que la industrialización del tiempo libre pretenda, que tu viejo Otium, tan personal, en tu simple Ocio, tan vacío… a jugar no se empieza por entretenerse sino por aprender. Miren a sus niños. Miren a cualquier cachorro. Miren a los delfines, juguetones e inteligentes por definición… Miren a los robots. Pregúntese como ellos los ven a ud.

En la Robocup2016 podías entender lo complejo que es que una máquina distinga lo que ve. Especialmente diseñada para ver personas en el espacio, esta inteligencia artificial, analiza y decide lo que es humano reduciéndolo al sofisticado e inconfundible paradigma de… ¡¡¿un monigote?!!

Con todo, lo que más me impresionó de la Liga Robots no es la dignidad de que unos chicos pongan a prueba su inteligencia creando inteligencia, ni siquiera la dignidad del juego como aprendizaje, sino otra forma de dignidad que yo creía casi extinta. De ella precisamente me había hablado el artista Jan Kaesbach unas semanas antes: la dignidad de una vida sin distracciones o Ein Leben ohne Ablenkung , como me dijo Jan en su lengua materna con los ojos rebosantes de ilusión sosegada que irradia cuando te cuenta sus pequeños hallazgos. Y es que en dicho Alemán, idioma tan preciso como despiadado, la cosa tampoco es moco de pavo. Si en Castellano distraer viene de traer, ese traerte sin objetivo, un poco a lo tonto; en Alemán en cambio, viene de lenken, en Castellano dirigir: ab-lenken, des-dirigir, sacarte del camino, desviarte de tu objetivo inicial. Die Würde eines Lebens ohne Ablenkung sugiere así más que la dignidad de una vida sin que te distraigan, la dignidad de una vida sin que te des-dirijan, sin que te desvíen continuamente de vivir cada experiencia en la plenitud que se merece.

Aquel día Hablamos de otras posibilidades de vivir, extrañas hoy. Maneras de vivir de esas que probablemente no te darán nunca unos clics… pero que no lo necesitan. Jan me habló de una oferta de trabajo para hacerse guardes de uno de esos castillos que hay perdidos en algún rincón del mundo, que apenas reciben visita –un par de bodas al año– para vivir el resto del tiempo dedicado al cuidar del castillo, a la dignidad de hacer perdurar un objeto maravilloso, construido con esa vocación de eternidad que es al final la arquitectura. Cuando me atreví a preguntarle, me dijo con chiribitas en los ojos, que sí, que alguna vez había pensado en meterse en un monasterio y vivir como los monjes, dedicado al jardín, al huerto, a las necesidades más sencillas de su comunidad, permitiéndose ese ascetismo único al que solo se llega a través del trabajo más terrenal.

Liga «tamaño pequeño (no androide)»: rápidos y precisos, quizá simples, quizá feos pero rebosantes de una fresca impertinencia.

Liga «tamaño mediano (no androide): los primos mayores, más grandes y brutales, como futbolistas de verdad, pero sin brazos ni piernas ni cara ni estilista.

Es curioso que una conversación sobre la vida sin distracciones acabe precisamente en Youtube, catedral de la distracción. Pero bueno, si bien Youtube es el lugar en el que uno comprende que la gente tiene unas infinitas e inteligentes ganas de reir y pasar el tiempo, también es el depósito de una memoria audiovisual compartida voluntariamente por todos de un modo mucho más natural y humano de lo que habría soñado la ciencia ficción pre-Internet. También es en Youtube donde Jan Kaesbach me dijo que podía encontrar este viejo documental de los años 30, bastante breve, al menos cuando pensamos en el Oscar que ganó, en el que a ritmo de jazz se muestra a unos artesanos del vidrio trabajan sencilla, completa y felizmente entregados a lo que hacen, ser sin que nadie los distraiga. El documental no tiene ni siquiera una voz que moleste con explicaciones –quizá como la mía ahora–. No, uno lo ve y está con ellos, sin más. Si acaso, está el jazz uniéndolo todo. Pero, siendo francos ¿qué mayor virtud tiene el jazz sino hacerte sentir la enorme dignidad del instante que vives?

Cuando escapamos de youtube –la típica espiral en el que dos individuos se enseñan mutuamente los videos que les gustan– salimos a explorar la ciudad en bicicleta. Pedaleando por los barrios de arquitectura socialista de la extinta RDA, y pensando en esa vida sin que te distraigan, nos preguntamos cómo sería vivir en un lugar así, en el que los edificios enormes pero a la vez carentes de todo narcisismo emergen entre inmensas arboledas, quizá restos de otra dictadura de mierda, sí, pero también retazos de un tejido urbano indomable por el que el consumismo ni siquiera hoy ha podido extenderse. Y no por nada, no por el socialismo, no por su fealdad, no por la galopante y pelgrosa ingenuidad del Estilo Internacional las dos potencias interpretaban a su modo desde Brasilia a Moscú–, sino simplemente y llanamente porque la distancia entre los edificios es tan generosa, que la publicidad, los bares, los comercios y los reclamos se pierden en el paisaje, incapaces de alcorralarte. Cruzando todo aquello nos preguntamos cómo sería vivir allí, tener amigos allí y un taller en el que trabajar, crear incluso una comunidad de artistas-sin-distracción

Robocup2016 - ingeniero programando sobre el terreno. Oficina de latentes [www.oficinadelatentes.com]

Mientras Jan se preguntaba cómo sería vivir y desarrollar sus proyectos en esa disposición de tiempo y el espacio (y mientras los vecinos de Grünau estaban a punto de publicar esta canción en la que celebranan su «suerte» de vivir entre feos bloques de cemento)… yo me hacía una idea de qué sería «mi vida sin distracciones». En mi cabeza, mi vida sin distracciones sonaba un poco como aquel poema de André Bretón en el que describía el cuerpo de su mujer: una vida sin aplicaciones que me piten en el bolsillo ni redes que me atrapen dentro ni fuera de Internet; una vida sin actualizaciones, sin notificaciones, ni cosas que no puedo perderme, una vida sin reportajes sobre islas impagables ni trabajos chachi que nunca tendré; sin los masters que nunca podré estudiar y que en verdad no serían suficiente; una vida sin los labios carnosos en cada anuncio de helado, ni el sudor aplificado de la mejor cerveza fría; una vida sin sin el constante burbujeo de todo reclamo, desde el bar de la esquina a los estrenos de la semana; una vida sin que las oportunidades me importunen ni las ofertas me persigan –incluidas las culturales, que en mi ciudad son apabullantes–… una vida sin que la promesa sin orillas de la cultura de consumo devore constantemente el significado del mundo.

Liga humanoide: Robots con voluntad de parecer humanos, de moverse como un humanos… de descubrir lo jodídamente difícil que es ser humano. Para estos infelices y a veces siniestros exploradores del bipedismo las pruebas quedan reducidas a cronometrar el tiempo que tardaban en encontrar el balón y llevarlo a pataditas hasta portería… a sólo 4 metros y sin portero.

Una vida sin distracciones, sí, pero no para hacer grandes cosas sino para hacer exactamente las mismas cosas que harías pero en toda su plenitud: disfrutar de tu mundo, cuidarlo con atención, estar con los que te rodean sin tener que pensar constantemente en los que no están (ensus mensajes, sus perfiles, en los qué estarán haciendo, en los qué estarán pensando), hacer lo que te gusta sin que nadie os haya dicho que «te gusta»… que en el caso de Jan, que esta semana se expone en Chicago (¡qué suerte tienes, Chicago!), es el arte: un arte desarrollado con toda la entrega y la humildad de un tipo que pudiendo jactarse del éxito a una edad que muchos artistas soñarían, no persigue sino que nada, ni bueno ni malo, le distraiga de ejercer su relación íntima con las cosas que forman el mundo. Un derecho que la conexión casi umbilical de nuestra individualidad con las inteligencias artificiales hace más difícil cada día.

¿Pero qué cojones tiene que ver una vida sin distracciones con una liga de robots jugando al fútbol?

Mucho. Hoy las inteligencias artificiales son distraidas constantemente de las funciones por las que decidiste usarlas. Tu propio teléfono móvil, tus ordenadores, las maravillosas apps, que te espían constantemente, mercantilizando tu atención y vendiendo tu privacidad al por mayor a empresas y gobiernos, Siri, Cortana esas cotillas… Y esto detrás de la cortina, mientras, en tu cara -sí, en tu cara–, las inteligencias artificiales intentan a toda costa distraerte a ti también exigiéndote reacciones en las redes sociales, mareándote con las reacciones de los demás, cuando noson «cosas que podrían gustarte» y ofertas en cada esquina, etc… Bien es cierto que las aplicaciones se financian con publicidad, pero qué tostón y qué fea queda la tenclogía convertida en mercadillo. Si yo fuera el creador de Internet  quizá me pusiese también así. Piensa en tu día a día, en esa pausa para mirar el Facebook o el Instagram que tantos likes da, en el Snapchat abierto bajo el pupitre. No es de extrañar que el mismo Robert Solow, premio Novel de economía, alertara preocupado de que vemos el mundo de tecnología desde todas las perspectivas, menos la de las estadísticas, según muchas de las cuales computadoras y smartphones, lejos de hacernos eficientes, nos está distrayendo constantemente, atrapando nuestra atención, nuestro tiempo y muestro potencial, desperdiciando ellas mismas el suyo. En realidad, era algo que ya nos advertía Julio Cortázar… Cuando te regalan un reloj, sos vos el regalado para el cumpleaños del reloj.

Hoy nuestra relación con las inteligencias artificiales está tan distraida de nuestros objetivos al incorporarlas a nuestra vida que las tres leyes básicas de la robótica de Isaac Asimov, que ayudaban a entender la esencia de nuestras relaciones con ellas, se han quedado en un inocente aforismo del patio de recreo de la guardería de la ciencia ficción. Y es ahí a donde quería llegar:

Hoy vengo a la liga robot y me encuentro máquinas gozando de esa misma dignidad de la que Jan me habló, que a algunos os está pareciendo muy vieja, pero que yo tengo ahora de pronto delante de mí, encarnada por seres alta tecnología.

Por primera vez en mucho tiempo puedo ver inteligencias artificiales funcionando a pleno rendimiento sin la impresión de que van a espiarme, a pedirme que me abra un perfil, ni tratar de venderme nada, sin atosigarme con sugerencias frescas el menú hipertrofiado por el desarrollo de las las telecomunicaciones. Inteligencias artificiales jugando al fútbol, simplemente, y entregadas en hacerlo lo mejor posible, con todas las entrañas de su silicio y su impoluta alma de bits, sin importarle siquiera quien los mire, los fiche por un sueldo estratosférico, los peine de hipsters o los lleve de putas. Robots, simplemente, como siempre soñé que los robots serían, jugando como yo mismo jugaba, como siempre soñé con verlos jugar.

Una virtud de los robots es que tienen una paciencia literalmente ilimitada. A estos pequeñajos no los vi jugar, pero el modelo me resultó precioso, mucho menos kawaiimono en japonés– que los Nao y pero mucho más cercano a la cruel estética de la buena ciencia ficción.

Liga robots de carreras, no tan espectacular como suena, especialmente si nunca has tenido que programar a un robot para que siga una línea negra pintada en el suelo y sepa qué hacer si la pierde de vista. Yo no he tenido esa experiencia, pero mi primo Juan sí. En su honor pongo este viedo.

Robocup2016 Workshops 1 [www.oficinadelatentes.com] 2
Esta es quizá la más creativa, libre, anárquica y sorprendente sección de la RoboCup2016: los workshops, talleres donde escolares aprenden a construir y programar personajes robots y los hacen interpreten pequeñas obras de teatro.

Robocup2016 Workshop 3 [www.oficinadelatentes.com]

Aquí, ensayos de Alicia en el País de las Maravillas, apenas unos segundos y encima incompleto… pero ¿qué más da? El 90% de la felicidad de un juego de construcciones consiste en montar el juguete, soñando mientras todo lo que podrías hacer con él.

Robots see no age, culture or religion - Oficina de Latentes [www.oficinadelatentes.com] La robótica no entiende de edades, sexo, origen o religión… excepto si se la programa para ello. Piensen en cómo se parecen al ser humano cuando es muy jóven, piensen en la libertad de la que ambos todavía gozan.

La belleza del vuelo con motor, no rotatorio, ahí es nada. El pájaro mecánico de Furia de Titanes tiene que estar revolviéndose de orgullo en sus fotogramas.

Y vosotros viendo fútbol… muahahaha.

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