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Donde la cólera era divertida y la inseguridad, digna de amarse. Con estas palabras describía Jonathan Franzen los comic de Snoopy en La The Comfort Zone1, su brevísimo pero revelador ensayo sobre el significado de Snoopy en la infancia norteamericana. Para mí es una frase que, como los 6 adjetivos con los que Italo Calvino se proponía describir la literatura en el Próximo Milenio, el nuestro, (levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia)2, puede extenderse a todo el territorio del arte. Quizá por eso, en el prólogo del mismo libro, Gustavo Martín Garzo afina sobre lo que la divertidísima y cruel narrativa de Snoopy significaba para Franzen: el descubrimiento de que el arte es el lugar del perdón.

Fue Marina Diaz (psicóloga, una de las mejores escritoras vivas que conozco personalmente… –si conozco a alguna otra– y asidua lectora de Franzen) la que, una vez que hablábamos de lo jodida que es la vida, me dijo que el perdón es renunciar al dolor que el mundo te produce. Cuando perdonas a otro, el objeto de tu acción no es él, sino tú mismo, que renuncias voluntariamente al daño que te causa. Como todas las renuncias, no es fácil: renunciar a ese dolor, a esa legitimidad del ser víctima… ¡voluntariamente!… y a veces incluso sin que el otro siquiera sepa que le has perdonado. Puedes bregar con eso… o puedes comprender que en realidad eres tú, en última instancia, quien disfruta de la liberación que perdonar supone, esa sensación de frescor, de volver a mecerte en la levedad de la vida.

Reescribirse uno mismo tiene mucho que ver con todo esto y, en especial, con el perdón: perdonar al mundo, perdonarse a sí mismo, aceptar el error, los batacazos, la ironía de los triunfos – que nunca son para tanto –… de la realidad que exploras al escribir. Es algo que los escritores saben y predican por las esquinas de sus textos: «recicla tus miserias», o incluso aquel «Acepta perderlo todo» que porponía Kerouac en su Credo y Técnica de la Prosa Moderna, para luego añadir, unas líneas más abajo «Tu eres un genio, siempre».

Franzen, Snoopy, Kerouak, el gran Darth Bader, personaje cuyo destino es el perdón, reproducido con restos de una máquina de escribir, vale, pero ¿quién es esa Marina? Pues Marina es la Yoda de todo esto y la creadora de Reescríbete, un proyecto que te ofrece esta experiencia. Hacedle caso, ella es una buena psicóloga, una buena escritora (mi favorita, si no fuese porque una vez nos quisimos imprudentemente, nos hicimos daño –y nos perdonamos–)… y porque, teniendo en cuenta su propia experiencia en la vida, en el gesto valiente de enfrentarse al papel en blanco con una pluma y en el coraje de entender lo más inquietante de nosotros mismos con las armas de la psicología, en serio: ¿quien mejor podría iniciarte en el sencillo pero inmenso poder de escribir?

Esto no es publicidad. No se debe a pactos ni a compensaciones, sino la propia y genuina espontaneidad de mi entusiasmo. Marina de hecho no ha sabido sino después de publicar esto, que hay un post en el que relaciono su proyecto, a Franzen y a ella misma, demostrando la coherencia que su proyecto destila, con la fé que los dos compartimos por la palabra escrita. Con todo, yo no gano nada por contaros esto… no más que el placer –que no es poco– de escribir y dejar aquí las líneas que todo esto me ha inspirado.

Por lo mismo, tampoco pierdo nada por deciros que aprovechéis, que cosas así no pasan tan a menudo.
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Nota 1: The Comfort Zone. Growing up with Charlie Brown, 2004, trad. de Jaime Zulaika, ed. Seix Barral, 2005.
Nota 2: 6 propuestas descritas cada una a modo de 6 conferencias: Levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y la que habría sido consistencia, que Calvino nunca terminó. Estas 6 conferencias son para mí una guía de referencia para mis trabajos con la escritura, la arquitectura y el arte en general.
Imagen: detalle de la escultura Light vs Dark Vader realizada por Gabriel Dishaw, escultor dedicado a reciclaje de materiales y su dignificación a través el arte.

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