El pomeriggio cruza de rama en rama por los árboles que pasan junto al balcón. Sabe dónde va. Nos viene buscando. Tiene el pomeriggio un aire decidido cuando viaja por el mundo, todo alegre y concentrado. Con todo, ni siquiera parece vernos al pasar junto a la terraza, si no fuera por que nos hemos callado y el sonido de las cucharillas, brillante, metálico, estridente el aire fresco de la tarde nos ha delatado otra vez.
Entonces va y otra vez se nos cuela en casa el pomeriggio, deslizándose rápidamente por debajo de los muebles, haciendo ese ruido que hace el pomeriggio al pasar, hecho de cálido silencio cotidiano, un murmullo de paz muy fresca y titilante, como el que invade el mundo justo antes de echarse nevar, un aliento contenido que baja y avanza por las calles de la ciudad; así contiene el aliento el pomeriggio cuando se esconde debajo de los muebles.
A mí me gusta hacer como que no lo he visto y observar su tierno sigilo. Me gusta oír su pequeño y cauteloso paso cuando cruza la cocina. Y no puedo por menos que sonreírme cuando lo veo doblar el marco de la puerta del cuarto, esquivar las patas de la mesa y ocultarse en la madriguera que forman las sábanas revueltas de mi cama.
Pobre bicho, me digo dándole vueltas al último sorbo del café. No ha entendido todavía que tenemos que volver a trabajar.
Imagen: Terraza uno de esos típicos cafés Berlineses con una decoración preciosa y un café horriblemente mal hecho. Las sombras delatan que no es el «pomeriggio» sino la «sera», pero no he encontrado una mejor.