Me impresionó escuchar esa voz, tan maternal, de madre que no es tu madre pero que es madre y eso es impresionante. Una voz que conozco bien porque a veces yo también he hecho lo que la autoridad –una autoridad que me amaba– no quería que hiciese. Y también la he visto alzarse también sobre mí con esa voz –ese tono en que se alza sin alzarse, mesurado en esa paz tibia que da el instinto de supervivencia, lleno de amor y de ternura–… por mi bien. De la mayoría nunca me arrepentí. Ni me arrepiento hoy. De hecho, fue fantástico hacer lo que hice, ser persona, seguir mi criterio… pero tuve que enfrentarme a esa voz: cálida, un poco profunda, siempre reconfortante, incluso aunque te esté humillando al mismo tiempo. Es muy difícil resistir esa voz y, sobre todo, es muy difícil de rebatir: segura, confiada en el principio de autoridad que da la experiencia y la madurez.
Joder, la que le está cayendo. Aguanta, que pase la ola. Y no seas capullo y no reacciones. No te va a servir. Contra esa voz tan hermosa de-madre-que-no-es-tu-madre-pero-que-es-madre-y-eso-es-impresionante no tienes nada que hacer, no al menos si no quieres quedar como un arrogante de mierda. No contestes, no seas capullo. Qué putada. Vaya chaparrón. Y encima delante de las cámaras.
Me sobrecogió que alguien sacar esa voz en medio de un lugar como el parlamento –un templo, incluso cuando no hay misa– y para dirigirse a un compañero de gremio –te guste o no–: Una voz maravillosa ante la que muchos nos sentimos programados para doblegarnos, si no fuera por nuestra capacidad de rebelarnos y jackear los programas antes de que cortocircuiten nuestros propios criterios. Si, todo esto es muy bonito, pero en esos dos minutos yo me alegre de no estar en su pellejo, me acordaba de la clase de Alemán, nivel C1, Volkshochschule, que precisamente el día anterior se titulaba “Gib Contra!” (“¡Contradice!”): Lecciones sobre cómo defenderse de un ataque retórico en Alemán. Si, vuestra crisis dura ya tanto que a los que hemos tenido que emigrar nos ha dado tiempo a estudiar los idiomas del mundo hasta ese nivel que alcanza el territorio de la intención, donde la lengua y la inteligencia del hablante se entrelazan en lo más íntimo, más allá de la gramática, la sintaxis, la estructura en la que todo se asienta… cosas que si seguimos haciéndoos caso, nuestros hijos –vuestros nietos– probablemente ya nunca estudiaran en Castellano, devaluadas por un mundo que los trata como a idiotas.
Pero tu no des contra –le decía al video del ABC online desde Alemania–. que esa voz es otra cosa, te lo digo yo que ayer no venía en el libro. Déjala hablar, joder. Ponte en su piel… madre mía, vaya chaparrón Y es que con el vergonzoso espectáculo en que se ha convertido la vieja política española (con casi 2000 imputados por corrupción, el pequeño Nicolás, las tarjetas black, las puertas giratórias, le ley Mordaza avergonzándonos delante de un mundo que se ríe de nosotros por haber hipotecado hasta el Sol, etc…), con la angustia tan enorme que debe dar pertenecer al club de los que han hecho posible todo eso. esto… ¿quién no iba a hacer una cosa así? No me refiero a jugar al Candy Crush en un instante de hastío, sino a intentar defenderse por sí mismo, por lo menos por una vez, arropado por el principio de autoridad que da toda esta experiencia y la madurez que la acompaña.
No haría nada, más que aguantar como siempre el chaparrón, porque la cuestión quizá es que hay siempre un instante a partir del cual la experiencia y la madurez ya no son suficiente porque solo pertenecen al mundo que has conocido, que no es poco, pero que en cualquier caso ya hay quienes empiezan a tener también la suya, explorando además territorios que quizá ellos nunca han explorado; mientras la colección de soluciones de las que dispones no pertenece sino a ese mundo, rancio, decadente, lastrada además por la lúgubre convicción de que el mundo -como ellos mismos nos dicen muy en serio- “es como es”… mientras el mundo es efectivamente lo que siempre ha sido: una constante transformación de las posibilidades (y en ella, como entendí leyendo a Jose Antonio Marina en librazos como Anatomía del miedo o Ética para náufragos, la humanidad es el deseo inteligente de ampliar las propias posibilidades).
Lo que más me impresionó no fue la voz en sí misma –aunque despertara una incómoda en mi infancia y sus primeras frustraciones–, sino lo que aquella voz estaba obviando: que tarde o temprano llega el momento en que probablemente los maduros ya seamos nosotros. Si, maduros de verdad, tan maduros de hecho que si estuviésemos más maduros, como se nos pretende exigir, ya no estaríamos maduros, sino rancios. Y eso, mamás, papás, alcaldes, diputados, jugadores del Candy Crush, es lo que muchos, a la edad que ya tenemos, queremos evitar.
Imagen de ILoveClicks.es, una verdadera ventana a la nuestra cultura desde la perspectiva los playmóbil. Gracias, chicos, sois fantásticos