Al doblar la esquina, me encuentro una fila de furgones de policía cortando la calle. Tras la barricada de furgonetas los agentes de policía esperan atrincherados.
A mi alrededor todo está tranquilo. No debería tener nada que temer y, como naturalente no creo que nadie me tema a mí, me acerco y busco un hueco por el que pasar dando la vuelta a la barricada. Pero entre la última furgoneta y la fachada del edificio, apenas hay algo más de 20 centímetros. Yo, que soy canijo, podría pasar quitándome la mochila, pero tendría que dejar mi bici. ¿Hasta cuándo tendría que dejarla, con barricadas en la calle y sin tener ni idea de lo que está pasando? Voy a probar al otro extremo de la fila de furgonetas.
La furgoneta en ese extremo está también subida en la acera, con el parachoques casi pegado a las verja de un jardín y al buzón de correos que de ella cuelga. Mezclada con la frustración me cosquiella la alegría de no ser el cartero que tenga que echar una carta alargando el brazo para llegar al buzón. Medito sobre mi situación, atusándome la barba y mirando al suelo. Asomando bajo una de las ruedas de la camioneta hay una de esas chapas doradas que ponen en las aceras Berlín a las puertas de las las casas para recordar a los que vivieron allí y que fueron víctimas del holocausto. Por debajo del caucho de la rueda, el pié de cada una de las letras del nombre asoma como las patitas de una cucaracha aplastada. Bajo éste, aún se puede leer «Deportado en… Asesinado en Auschwitz». La otra rueda está dentro del alcorque del que, como diciendo “eh, aparta, cojones”, emerge un árbol enclenque pero decidido. Me sonrío recordando las ocasiones en que yo he sido como ese árbol, incluso aunque en muchas no consiguiera nada, al menos por el placer de no quedarme sin intentarlo.
La calzada, el carril bici, la acera, con sus alcorques, sus arquetas y sus memoriales… todo desaparece bajo las furgonetas de la policía. No es el tráfico lo que está cortado, sino la calle en sí misma, como concepto, como verdad.
Recorro otra vez la fila buscando un hueco por el que mi bici y yo podamos pasar. Finalmente encuentro uno por el que, caminando y sujetando la bici por el manillar, si levanto la rueda y la giro un un poco, podemos pasar. Y así, a las riendas de mi bicicleta rampante cual caballero con su escuálido corcel, pido el paso a los guardias que hay al otro lado.
Al oír mi voz, dos policías se asoman por el otro lado del hueco. Insisto en mi petición, anuncio que yo y mi biciclera desearíamos pasar. Ellos asienten sin decir nada y, apartándose un poco, me observan mientras empiezo a internarme entre las furgonetas. «Uh eh uh»… cada vez que estoy a punto de rayar la chapa ponen cara de dolor anticipado. «Uh eh uh»… y luego, aliviados… «Ah». Una vez al otro lado, dejo caer la rueda delantera con un traqueteante golpe que resuena en medio la tranquilidad de la tarde y ante el que los policías dan un pequeño, casi imperceptible, pero encantador saltito hacia atrás.
Me subo a la bicicleta y, deseándoles una buena tarde, levanto el pedal con la punta del pié para arracar la marcha… pero cuando estoy a punto de descargar todo mi peso en él y reemprender el camino a casa, bajo de nuevo el pie al suelo y me impulso un poco hacia atrás girándome un momento hacia ellos.
-Disculpen.
-¿Si?
– ¿A quién están esperando?
-¿Cómo?
-¿Que a quién estáis esperando? ¿a los vándalos? ¿al IS?
-Ah -me dicen-… A unos manifestantes1.
-¿A unos manifestantes?
-Si, a unos manifestantes.
-Pues vaya una performance habéis montado por unos simples manifestantes, ¿no?
Esto último lo digo pronunciando performance con toda la boca y todo su sabor. Performance, es confirmación en presente y mensaje en lo posible, demostración de una eficacia y declaración de su poder… una palabra que usan igual artistas escénicos que fabricantes de misiles. Ellos empiezan a murmurar a la vez, luego uno calla y el otro sigue. Tras apenas recibir una explicación de lo más perezosa de por qué se manifiestan (se manifiestan porque hay algo que les parece injusto, lo pongo entre paréntesis porque es de perogrullo2)… subo otra vez el pedal de la bici con la punta del pie, para luego ponerlo encima y, ahora sí, dejar caer todo mi peso en él. La bici arranca primero pesadamente, luego más y más ligera conforme me alejo de ellos por la calle desierta.
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1: Manifestante: participio activo, que se enseña como tal pero que heredamos del latín y usamos contínuamente: el que se manifiesta, el que, efectivamente, se está manifestando. El que dice: Ah, que estoy aquíy tengo algo que decir.
2: Esto sucedió un años antes de la actual crisis de refugiados de 2015. Por aquel entonces, en la calle que habían cortado había una escuela abandonada que había sido ocupada por un grupo de refugiados que exigían asilo político. Tenían el apoyo de mucha gente y había manifestaciones de vez en cuando. En cada manifestación se llenaba literalmente la calle de furgones. Los manifestantes habían pedido al gobierno insistentemente asilo. De la ciudadanía, recibierom un montón de apoyo, de la administración y como complemento, 16 preciosos furgones de policía atravesados en plena calle, capaces de cortar el escenario de la realidad con la perfección neutralizadora y antiséptica de un bisturí.
Imagen: Fotograma de la película Caravana de mujeres (Westward the Women), William A. Wellman, 1951
Espero que en una de esas no te metan en el furgón, que hoy en día está la cosa cada vez más tensa. Al menos en Iberia.
Un abrazo.