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En Inglés, Español, Francés y Alemán (y en mucho más idiomas, pero estos son los que yo tengo que coser cada día), latente –latent– se refiere a lo que no es obvio, lo aparentemente inactivo, lo que aguarda oculto bajo la evidencia.  En Español, sin embargo, hay algo más…  ye se algo es que lo latente sugiere también, de alguna manera, la idea de lo vivo. No es casualidad. En castellano la palabra latente no solo viene del verbo esconderse en latín (y lo que se esconde debe estar vivo, pues si no solo está escondido), además parece coincidir con el participio activo (forma hoy en desuso), del verbo latir que designa el palpitar rítmico de un corazón vivo (oculto  en verdad dentro del pecho), y que sería también latente –o latiente, no está claro porque el mapa del idioma es enorme–. De ahí que en castellano lo que late sugiera lo latente y lo latente sugiera lo que late, provocando que el hablante sienta casi sin darse cuenta, como acechante…   la idea de lo vivo.

En cualquier caso, esta conexión entre latente y latir es errónea. El origen en castellano del verbo latir no tiene nada que ver con el verbo latino latere, sino con glattire, verbo latino que significa ladrar y que fue aplicado por primera vez metafóricamente a los latidos del corazón por los poetas del renacimiento. Lo curioso, lo poético de todo esto, es que quizá tampoco fuera casualidad. Un corazón rebelde es un corazón que ladra. Y lo cierto es que no mucho tiempo atrás la idea del amor cortés había surgido en Europa y había empezado a tomar fuerza como una furiosa vindicación de libertad de amar por encima de reglas sociales, protocolos de cortesía, y convenciones familiares y políticas*.

No fue sino la evolución de la lengua –con sus sutiles, misteriosos nudos, sus saltos, sus sinuosos caminos y sus atajos inesperados– lo que hizo que ambas palabras parezcan coindicir en un solo vocablo: Latente y latente, lo que se oculta y lo que late, como ese misterio vivo e invisible que los poetas del renacimiento podían oír ladrando a poco que auscultaran en la realidad.

La tendencia – o incluso la tentación – de confundir latente con lo que late es casi inevitable en la mente de un hispanohablante. Pero si bien es un error, lo cierto es que es un error cargado de una enorme poesía.  Latente es lo que se esconde y lo que está vivo, el poder invisible bajo la piel de las cosas, el árbol en la semilla, el corazón latiendo dentro del cuerpo, los volcanes dormidos, la energía liberada por la lluvia misma, condensada antes de la tormenta. Latente es la energía que aguarda en los cambios de fase, las fuerzas de la resiliencia, el germen de libertad ladrando en la historia de cualquier revolución, personal y colectiva.

Latente: 20131030/LE

* Para leer más sobre esto y más recomiendo el precioso ensayo  de Octavio Paz, La llama doble. Amor y erotismo (México, Seix Barral, 1993).

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