Un oasis de horror en un desierto de aburrimiento.
Charles Baudelaire, El viaje
Berlín Schöneberg, domingo por la mañana. Unos niños aparecen por la esquina. A una señal de uno, en nuestra dirección, todo el grupo comienza a ascender hacia donde estamos, lentamente. Nosotros los seguimos por el rabillo del ojo, procurando que no nos distraigan de lo que tenemos que decirnos. Muy concentrados, nos escuchamos mutuamente a pesar del dolor… y de los niños que se acercan.
–Hola, nos dice jadeando el primero en llegar mientras los otros nos rodean. Estamos haciendo una encuesta sobre los parques urbanos de Berlín. ¿Podemos haceros unas preguntas?
No es el momento. Pero estamos tan débiles y nos sentimos tan mal que somos incapaces de nada más que asentir.
El niño se agacha un poco y saca una de esas carpetitas que usan los entrenadores de instituto en las películas. Con ese mismo orgullo que da verse uno mismo con ella, se aposta con su bolígrafo, que parece contener con él el aliento de tinta sobre el papel.
Y empieza la encuesta:
¿De dónde sois?…
–De Schöneberg y de El Palo
¿Dónde vivís?
–En Schöneberg
–En Kreuzberg.
¿Conocéis este parque?
–Sí.
¿Venís mucho a él?
–De vez en cuando.
¿Qué esperas de un parque?
–Nos ayuda un poco a desconectar, respirar aire limpio y relajarnos…
¿Por qué habéis venido hoy a este parque?
–Porque una vez vinimos y nos gustó.
Debido a mi Alemán, todavía bastante patatero, apenas puedo intervenir. Frustrado, oigo respuestas que son totalmente diferentes a las que lenta, torpemente, lastradas por una gramática a medio gas, se formulan en mi cabeza, siempre con dos preguntas de retraso, como trenes que perdiera cada vez y que tuviera que ver alejarse mientras la corriente de pasajeros satisfechos que se han bajado me esquivaran indiferentes al pasar.
En ese momento la realidad del parque y con él el universo entero se duplican en dos sin que yo pueda hacer nada:
Uno es el parque en el que estamos, en el que los niños se llevarán la encuesta rellenada con las respuestas que están recibiendo y que unos días más tarde expondrán en clase, mientras los demás niños se mueren de aburrimiento esperando su turno para contar probablemente lo mismo, si no lo han contado ya. Un universo en el que luego recibirán su nota como si no hubiese pasado nada, o lo que es peor, como si realmente hubiese pasado.
El otro universo, del que nos alejamos irremisiblemente con cada pregunta contestada, el aquel en el que me hubiera atrevido a abrir la boca, en el que los niños se marchan luego releyendo las respuestas un poco contrariados, preguntándose quizá si no van a necesitar un momento para hablar sobre ello en casa, o si quizá deberían mejor callar; el mismo universo en el que uno días más tarde expondrían su propio trabajo, sus propios descubrimientos y sus propias conclusiones, ante la mirada angustiada del profesor y la envidia de sus compañeros… que a su vez harían un montón de elucubraciones, enfrentados de pronto con algo que no se esperaban.
Pero ese es otro universo. En éste, en el que estamos, yo no hablo buen Alemán y no he podido impedir la escisión.
Los niños se marchan ya, colina abajo, mirando un poco por todos lados, en busca de otras personas a quien entrevistar.
–¿Por qué no le has dicho la verdad?
–¿Qué verdad?
–Que conocemos este parque porque acabamos aquí una noche de fiesta dando vueltas por la ciudad, aunque no lo hayamos reconocido hasta que nos hemos sentado.
Que nunca venimos a este parque pero que precisamente por eso estamos aquí hoy: porque queríamos venir a un sitio al que no fuéramos nunca, que no estuviese en tu barrio, ni en el mio, ni de camino a ningún sitio que nos importe.
Que de un parque esperamos muchas cosas, pero que hoy en concreto estamos aquí porque tenemos un resacón impresionante y esperamos que la luz, la vegetación, el aire puro y el zumo de manzana que estamos compartiendo nos siente mejor que el ruido, el asfalto, el café e y sobre todo mejor que esa «otra cervecita» que sin duda nos acabaríamos tomando si estuviésemos en la ciudad.
Que hemos elegido este parque porque nos estamos peleando, porque nuestra confianza está en crisis, porque nos hemos hecho mucho daño y es posible que después de hoy duela todavía más. Que lo necesitamos porque es un territorio neutral, perfecto para pasar un día de mierda, para que, si nuestra amistad de rompe definitivamente hoy, el recuerdo de un día de mierda se quede aquí y no salpique los lugares por los que tenemos que pasar cada día. Y si conseguimos arreglarlo, pues igual, podamos irnos con la seguridad de dejarnos aquí el mal trago y poder pasar página con mucha mayor facilidad. Que para eso necesitamos, más que nunca, este parque.
–Bueno, esas son nuestras cosas. ¿Qué van a sacar de todo eso? Es el mundo adulto.
Los niños parecen acabar de encuestar a siguiente. Mientras el de la carpeta acaba sus últimas anotaciones, los demás se levantan y otean a su alrededor, fijando el siguiente objetivo: un hombre que pasea un perro. Comienzan a acercarse pero éste les da una voz y se alejan otra vez, contrariados, sin saber a quién más dirigirse.
–¿Y qué crees que intentan aprender cuando salen a la calle a hacer una encuesta?
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Foto: Srecko Skrobic en Unsplash