Elías yace boca abajo sobre las sábanas blancas. La luz del sol entra en la habitación. No son solo las sábanas que enmarcan a Elías como un animalillo sobre la nieve, es la vida entera la que parece blanca y renovada. Elías es lo más nuevo que vamos a ver en la vida: una persona nueva. Lo miramos fascinados. Es imposible no mirarlo. Se le llena a uno el alma al mirarlo.
Mi madre y mi hermana le hacen monerías, con voces agudas, alegres, llenas de cariño y alegre expectación. El tono es dulce con un acento ascendente y un golpe en las últimas sílabas, lo que hace que aunque sean frases afirmativas parezcan siempre interrogantes; llamadas que, aunque insistentes, quieren ser muy delicadas.
¿Cómo está mi ElÍas? ¿Y qué busca con esos ojIllos? ¿A su maMÁ? ¿Y qué MIra? ¿A su abueLIta?
Mi hermana es su mamá y está llena de ilusión. Elías, que apenas tiene un mes y no entiende nada excepto el estímulo, nos mira entre asombrado del mundo y concentrado sin saber en qué. Tampoco físicamente lo tiene nada fácil. A nosotros nos parece precioso y perfecto, pero lo cierto es que para mirarnos tiene que levantar la cabeza de las sábanas con gran esfuerzo. Una cabeza pesa mucho más de lo que parece y su cuello, jamás ejercitado en el vientre de su madre, es aún débil. Además, no sabe medir aún sus fuerzas y a veces, en la lucha por alzar la cabeza, tira de ella con demasiada fuerza y la lanza hacia otro lado, cayendo de nuevo en las sábanas, espachurrándose la cara contra ellas. Cuando vuelve a intentar levantar la cabeza, el pecho presiona más contra las sábanas, y jadea. La voz se le escapa. Lo oigo respirar con dificultad, con sus pulmones recién estrenados, aplastados bajo el peso añadido de su propia cabeza. Me mira desconcertado. Yo lo miro a él, maravillado. Ocultando a su madre y a la mía esta terrible empatía, contemplo su lucha por atender las chorradas que mi hermana y mi madre le hacen como si todo fuera un juego ligero y dulce. No es que me parezca mal. Muy al contrario, es importante esta dulzura. El bebé necesita amor a espuertas, un amor sin condiciones. El amor es lo mejor. Lo que me asombra terriblemente es este contraste y el hecho de que ellas no lo vean. Yo le hago tonterías también, ligeras y dulces, pero veo claramente su angustiosa lucha, su decisión, su apuesta y su rebeldía, su estar dispuesto a asumir las consecuencias, a aplastarse el pecho e intentar levantarse una y otra vez como un soldado herido en el barro. El barro de sábanas blancas de la cama de su madre, el barro de la vida. En cada movimiento, de puro esfuerzo, se le escapa la vocecita. Es la voz de un bebé: un ruido muy dulce a pesar de su origen desgarrado. Elías deja caer otra vez la cabeza contra la sábana y se queda un rato así… tirado boca abajo bajo la lluvia incesante de carantoñas.
Maravillado, lleno de esa cruda honestidad con la que suelo observar la física de las personas que amo, observo a mi sobrino levantar la cabeza con todas las fuerzas de su pequeño cuerpo, sin que nadie le comprenda, engañado como el Atlas cuando levantó por primera vez el mundo.
Collage: Anuncio de cunas (confieso que no recuerdo cual) + Detalle del Atlas sujetando la esfera celestial (Atlas Farnesio). Museo arqueológico Nacional de Nápoles